Autora: Rosa Rodríguez (Pedagoga)
El nivel de vida que hoy día llevamos, en la mayoría de los casos, nos exige que tanto madre como padre trabajemos un alto número de horas. Y en ocasiones, todos los días, siendo complicado eso que los políticos promocionan de “la conciliación de la vida laboral y familiar”.
Este nivel de vida actual nos hace plantearnos metas personales y sociales, y entre éstas, cabe destacar la de tener un hijo/a, siendo ésta una preciosa ilusión que conlleva muchos más sacrificios de los que se llegan a imaginar durante ese primer momento en el que solo lo soñamos.
El sacrificio más grande que supone tener un niño/a, es acostumbrarse a organizar la vida en torno a ellos/as y dedicarle una gran parte de nuestro tiempo diario, que egoístamente siempre hemos tenido dedicado a nosotros mismos.
No existe ningún manual que recoja el número de horas que debemos dedicar a nuestros pequeños y pequeñas, para asegurar que se eduquen en un clima de seguridad, cariño y equilibrio. Pero lo que si está comprobado es que necesitan que en el hogar exista una diferencia palpable entre el adulto y el niño/a, es decir, que seamos los adultos los que establezcamos las normas y pautas a seguir y ellos y ellas los que deben conocerlas, asumirlas y cumplirlas progresivamente. Aunque pensemos que les agobiamos y no es necesario, por lo contrario, les aporta seguridad sentir que hay alguien que es capaz de supervisar, organizar, establecer el “cómo” de su vida.
Dichos límites y rutinas deben existir desde que el niño/a nace, para estructurar esas acciones que desde ese instante se repiten día a día. A medida que adquieren destrezas y habilidades necesitan límites, así cuando empieza a caminar, vamos escondiendo lo que pueda tirar, siendo esta una forma de identificar los peligros y haciéndole saber que hay cosas que no debe tocar.
Cuando se van haciendo más mayores, es interesante contar con tres o cuatro normas básicas que establezcan sus obligaciones, siendo éstas la base para realizar peticiones. Por ejemplo, ayudar a limpiar la casa, estudiar por las tardes, acompañar al abuelo/a,…etc. En algunos casos puede ayudar colocar un cartel visible en el panel de sus cuartos.
La mayoría de las familias que tienen algunas dificultades con sus hijos/as, relacionadas con problemas de comportamiento, no han establecido unas pautas ni límites que rijan la vida en el hogar.
Como decíamos al principio, tener hijos nos supone sacrificios que a veces, no tenemos la posibilidad de hacer, como el dedicarles todo el tiempo posible o buscar trabajos que nos ofrezcan unos horarios más flexibles. Siendo una realidad cada vez más generalizada, familias a las que les cuesta establecer esas pautas, debido al poco tiempo que pueden dedicarles, temiendo que los límites limiten el cariño que sus hijos/as reciban, y solo cuando surgen los problemas, se ve necesario establecer normas que gobiernen esas situaciones comunes. Nunca es tarde, pero en estos momentos se hace más difícil que al principio, ya que les cuesta modificar esa rutina de comodidad, esa rutina del poder. El poder de elegir a sus anchas, de exigir y recibir sin sacrificios, e incluso de mandar sobre los adultos; que suele ser el momento en el que se percibe como problema.
Los límites deben ser flexibles, pero sin dejar de ser límites. Es decir, deben estar definidos y ser claros para todos; y a su vez, ser flexibles, es decir, saber que en determinados momentos podemos y debemos adecuarlos tanto a los cambios familiares como a esos momentos puntuales en los que la flexibilidad sirve de refuerzo a los logros alcanzados.
Es una tarea ardua esta de establecer márgenes, normas, pautas, pero si por un segundo tenemos en cuenta la velocidad a la que se desarrollan los adolescentes de la sociedad en la que vivimos, vemos la necesidad de instaurar esos límites y esa autoridad que posteriormente nos permitirá controlar esas situaciones de despecho, de exigencia, y de descontrol en definitiva, que presentan los adolescentes.