Autora: Rosa Rodríguez (Pedagoga) 

Que gran verdad es esa, que se apoya en afirmar que se aprende a través de la imitación.

Así podemos ver como los bebés entre los cuatro y seis meses, balbucean, intentando imitar los sonidos de las conversaciones de los adultos, e incluso a los nueve meses, podemos observar el fenómeno conocido como “ecolalia”, en el que repite sonidos y palabras.

Pasan los años y aunque por su cabezonería infantil llegamos a creer que no nos hacen el suficiente caso, y no aprenden “a hacer como nosotros hacemos”, o como deseamos que hagan, podemos observar que en sus actos, costumbres  e incluso en sus elecciones va el reflejo de las nuestras.

Está comprobado que si ellos ven que dedicamos un tiempo a la lectura, y les enseñamos lo que se disfruta con ésta, llega el momento en el que por iniciativa propia, dedicarán parte de su tiempo libre a leer.

Si les dejamos ver, lo importante que es el orden en la vida personal, y le dedicamos un tiempo, ellos lo harán también en el futuro. Así podemos ver como hijos/as de padres y madres que a diario ordenan en sus casas y reparten las tareas democráticamente, son organizados y estructuran mejor su espacio y tiempo. Si ellos/as ven que dedicamos parte del tiempo libre a esfuerzos para el futuro de toda la familia, fomentaremos el espíritu de ayuda a los demás, y algo muy necesario, una unión familiar importante.

Los más pequeños y adolescentes también son un reflejo de las expectativas del adulto. Unos padres y madres que no tienen grandes expectativas (no confundamos con “poco ambiciosos) de la vida, no se plantean un trabajo mejor aunque no les quede tiempo para disfrutar. No se cuestionan la posibilidad de estudiar ni mejorar su situación laboral, aunque deseasen un trabajo mejor y con mas posibilidades.

Y en muchos casos, y eso es fácil observarlo en nuestra realidad mas cercana, esos hijos/as dejan pronto sus estudios, se revelan a sus padres y madres e incluso terminan finalmente en esas tareas que exigen menos cualificación, como por ejemplo, la limpieza.

Y es que los hijos/as son un reflejo de lo que el adulto entiende por la vida. Somos las experiencias que vivimos y nos incentivan a vivir.

La vida es un gran laberinto, en el que tienen que tomar muchas decisiones y el papel de la familia es fundamental en el desarrollo de la capacidad para tomar las más adecuadas.

Los maestros/as también se reflejan en sus alumnos/as, dejando parte de su huella. Pero es la luz de la familia la que se refleja en ellos más horas al día y a lo largo de toda su vida. Es por eso, que debemos tenerlo muy presente, sobre todo, en la actual sociedad de “los derechos”, en la que cualquiera tiene derecho a pedir, exigir, esperar, sin dar a cambio ningún esfuerzo, sin obligaciones, ni autoridad.

Utilicemos el poder del reflejo que tenemos en los más pequeños, para enseñarles que existen una serie de valores, costumbres y obligaciones que son la base de una buena convivencia y educación. Aprovechémonos para alcanzar nuestros derechos cumpliendo nuestras obligaciones, ocupando cada uno el lugar que nos corresponde por nuestro esfuerzo.