Beber los vientos, o beber los aires, por una persona
Desvivirse, afanarse por alcanzar aquello que se desea con vehemencia. Solicitar a una persona con muchas ansias y vivas diliencias, no omitiendo ningún género de galanteos.
Vicente Espinel, en la Vida de Marcos de Obregón (clásicos Castellanos), escribe: “¿Y qué mayor pobreza -dije yo- que andar bebiendo los vientos…, con aquella insaciable hambre y perpetua sed de buscar haciendo y honra?”.
Don Francisco Gregorio de Salas dedicó a cierto sujeto que frecuentaba una taberna, más que por beber, por estar enamorado de la tabernera, la siguiente quintilla:
Con diferentes intentos
que a beber viene imagino:
por él en sus pensamientos
por el vaso bebe el vino,
pero por ella los vientos.
Cervantes, en el Persiles, escribe que Zenotia “bebía, como dicen, los vientos, imaginando cómo vengarse del cruel flechero”.
Lo de beber los vientos es metáfora que, según leí en el Tesoro de la Lengua Castellana, de Cejador, alude a los perros de caza ventones o venteadores, que al olfatear el aire, parece que se lo estuvieran bebiendo.
Antiguamente se decía beber los vientos y los elementos, frase que el maestro Correa explica así: “Dícese de un enamorado: bene los vientos por fulana, y del que anda en pretensión que mucho desea.
Fuente: El gran libro de los refranes (Editorial Libsa)