Los ictus son la consecuencia de un trastorno de la circulación sanguínea en el cerebro y se producen por la obstrucción del flujo sanguíneo en una arteria (trombosis), lo que origina un infarto, o por la rotura de una arteria, dando lugar a una hemorragia o derrame.
Aproximadamente el 75% de los ictus son infartos, y el 25%, hemorragias cerebrales. De los supervivientes a la fase aguda del ictus, alrededor del 60% quedarán con secuelas incapacitantes y requerirán ayuda para las actividades básicas de la vida diaria. El ictus es una urgencia médica, en la que cada minuto que pasa las posibilidades de recuperación se reducen, de ahí la afirmación de que «el tiempo es cerebro».
En la actualidad, la neurorrehabilitación representa una importante alternativa para mejorar los déficit producidos por el ictus, aprovechando y optimizando los mecanismos de plasticidad cerebral, a través de un conjunto de métodos.
La neurorrehabilitación requiere de un equipo multidisciplinar experimentado. El papel central del neurólogo permite establecer mejoras en la orientación diagnóstica, pronóstica y terapéutica, así como en el desarrollo de nuevas y más efectivas técnicas para optimizar el control motor y las habilidades cognitivas.
Además de neurólogo y médico rehabilitador, el equipo debe contar con fisioterapeuta, logopeda, terapeuta ocupacional, neuropsicólogo y trabajador social. Según el caso, podrá ser necesario requerir la participación de otros especialistas como psiquiatras, otorrinolaringólogos, neurocirujanos, neumólogos, traumatólogos y ortopedas.
El objetivo del tratamiento neurorrehabilitador es conseguir la mayor reducción de la discapacidad de los pacientes, y una menor duración de la estancia hospitalaria, con la consiguiente disminución del gasto sanitario.
Eduardo Martínez Vila Director del Departamento de Neurología Clínica de la Universidad de Navarra
Fuente: abc.es