Abrírsele a uno las carnes

Lamentar enormemente una desgracia ajena; tener mucha pena al ver o conocer ciertos sufrimientos. 

Dicho basado en los trances de los místicos, en los que se les manifestaban estigmas en pies y manos, en recuerdo de las heridas que sufrió Jesucristo en su crucifixión. Lo más curioso de todo es que Jesucrito nunca fue crucificado con clavos en las manos y en los pies, ya que los romanos siempre los introducían en las muñecas y en los talones. 

 

A los místicos también se les “abrían las carnes” en el costado y en la frente. Otra interpretación dice que se trata de una hipérbole para definir una idea extrema de dolor.

 

Fuente: El gran libro de los refranes (Editorial Libsa)